¿De qué se ríen los personajes de Frans Hals?
El pintor neerlandés representó en sus cuadros carcajadas y sonrisas abiertas en un siglo XVII que se creía severo y estricto. ¿Lo era realmente?
La Vanguardia - Isabel Gómez Melenchón 23/09/2023 06:00
Al pintor neerlandés Frans Hals (1582-1666) se le consideró “El maestro de la risa”, y parece que ese mote y las carcajadas que prodigó en sus cuadros no sentaron nada bien en el mundo artístico que vendría a continuación del Siglo de Oro de la pintura neerlandesa. Porque si entonces fue un pintor tan apreciado que había cola para hacerse retratar por él, al acabar el glorioso siglo XVII quedó tan oscurecido que muchas de sus obras fueron atribuidas a otros pintores más celebrados (hubo artistas que corrieron peor suerte, su contemporánea Judith Leyster también fue olvidada, más aún por ser mujer, y las obras de ella serían atribuidas incluso a... Hals).
La risa no ha gozado de excesiva buena reputación en el arte, tampoco en las sociedades cuando se ha expresado abiertamente, es decir, como los estallidos de alegría que encontramos en las obras del pintor neerlandés. Hemos venido a este mundo a sufrir y una risita vale, pero enseñar los dientes sin ni siquiera tener la modestia de cubrirse la boca con la mano, en especial las mujeres, resultaba completamente inaceptable, de ahí la singularidad de la expresividad de Hals, quien también pintó otro tipo de cuadros, retratos de grupo de gran tamaño de las milicias cívicas, individuales de prohombres y de sus esposas, convenientemente ajustados la imagen a la seriedad, digamos adustez, que querían transmitir. Pero incluso en esos casos a alguno de los retratados se le escapaba una sonrisa.s such as Rembrandt and Velázquez. It may strike you as the great art mystery of our age.
Sin duda la sociedad de Haarlem, Países Bajos, a donde se trasladaron sus padres desde la flamenca Amberes cuando el futuro pintor era muy pequeño (había nacido allí), era eminentemente sobria y circunspecta, pero igual no tanto como se ha convenido en creer. El museo Frans Hals de Haarlem, poseedor de un nutrido grupo de trabajos del artista, presentó en el 2017 la exposición El arte de la risa, en la que se partía de la premisa de que “pocas veces se han producido pinturas más humorísticas que en el Siglo de Oro neerlandés.
Niños traviesos, campesinos estúpidos, dandis tontos y borrachos desconcertados, curanderos, proxenetas, alcahuetas, criadas perezosas y damas lujuriosas figuran en gran número en las obras maestras de la época”. De hecho, en la preparación de la muestra los comisarios hicieron un inventario de las obras de arte del siglo de Oro para buscar las que estaban relacionadas con el humor y encontraron nada menos que 2.500 ejemplos “en los que no se trataba sólo de un detalle divertido, sino que era realmente la esencia de la imagen”, destacaron.
Un marco mental, temporal y social que predisponía a la pintura risueña de Frans Hals. Anna Tummers, comisaria de la exposición El arte de la risa, publicó también un volumen titulado convenientemente De Gouden Eeuw viert feest (El siglo de Oro está de fiesta); en él expresaba su convencimiento de que el enfoque didáctico-moralizante con que se ha visto el arte neerlandés no es tan unívoco: “la gente no se avergonzaba de celebrar la vida, como atestigua la existencia de una cultura festiva en lo que sabemos de las casas privadas, los jardines y los espacios públicos de la época”; según el historiador Rudolf Dekker, “el siglo XVII fue en los Países Bajos la Edad de Oro del humor, comparable al Renacimiento italiano”.
Mientras que en otras naciones europeas el arte recibía sus encargos mayoritariamente de la Corte y de la Iglesia, en las ciudades de la República de los Países Bajos el mercado lo constituían mercaderes, fabricantes, banqueros, y en este mercado hubo un nicho, como decimos actualmente, para el arte festivo, incluso las capas populares participaron de él: los cuadros de niños sonrientes de Hals se copiaban y vendían una y otra vez. Frans Hals no fue el único en pintar escenas de género cuyos protagonistas se podría decir que se partían de risa, pero sí de los poquísimos que se atrevió a llevar este buen humor a los retratos individuales.
Además, el artista practicaba un “realismo burgués”: sus escenas y retratos estaban llenos de naturalidad, de movimiento, de pinceladas cortas y acabados calificados de toscos que sin embargo infundían vitalidad a sus pinturas, los mostraba con gestos distendidos, como su enigmático El caballero sonriente (1624), estrellas de la exposición en la National Gallery.
Durante gran parte de su vida Hals disfrutó del éxito comercial, pero siempre tuvo pequeñas deudas, quizás por el hecho de haber engendrado la no despreciable cifra de once hijos en dos matrimonios. A pesar de su transgresión, tuvo buen cuidado de pintar a sus retratados con una sonrisa fina, mientras reservaba su producción de risa a los cuadros de niños, de tañedores de laúd, incluso pequeños pescadores que acarreaban su captura a la ciudad, también locos y especialmente bebedores
Fue este último aspecto el que propició su olvido en los siglos posteriores: en 1718 el pintor y escritor Arnold Houbraken publicó una biografía de Frans Hals en la que lo describía como un “borracho” que supuestamente pasaba las noches en la taberna , de la que sólo salía cuando ya estaba muy bebido, y eran sus alumnos quienes se aseguraban de que no cayera en un canal de regreso a casa.
Las acusaciones de su biógrafo fueron una de las causas de la caída en desgracia de Hals y su obra; durante casi todo el siglo XVIII y la primera mitad del XIX los críticos de arte lo ignoraron: su supuesta vida disoluta constituía un mal ejemplo para los artistas jóvenes, mientras que su estilo pictórico, tan natural, dinámico e innovador, chocaba con la nueva mentalidad academicista. El resultado fue la devaluación de sus pinturas y su cancelación, ya que su nombre no aparecía en la mayoría de textos sobre el siglo de Oro.
La historia del arte está repleta de desapariciones y descubrimientos, de caídas y resurrecciones estelares, y la de Frans Hals se produjo en 1868, cuando el crítico de arte francés Théophile Thoré-Bürger se quedó traspuesto al ver las pinturas y escribió un par de artículos sobre una pintura de la que decía no conocer otra “haya sido ejecutada con tanto entusiasmo”.
Muy influyente debía ser el crítico, porque inmediatamente los cuadros de Hals fueron revisitados, su precio subió y el Louvre se hizo con La Bohémienne; Courbet se rindió ante la visión de Malle Babbe, más aún cuando supo que se trataba del retrato de una mujer real, Barbara Claes, paciente del hospital de enfermedades mentales. Una outsider, alguien que no formaba parte de las clases dominantes, alguien que Van Gogh, quien también cayó bajo el influjo de Hals, describió en una carta como “la vieja pescadera llena de alegría de bruja”. Los pintores del XIX habían descubierto cuán revolucionaria podía ser la pintura neerlandesa de la Edad de Oro, que sin duda fue el de los burgueses decorosos y circunspectos, pero también el de las clases bajas retratadas por Hals. Y todos, con sus ganas de vivir. Y de reirse.
Reportaje elaborado con los catálogos de las exposiciones ‘Frans Hals’, en la National Gallery, ‘El arte de la risa’, en Haarlem, el ensayo ‘La comedia sublime: un barroco netamente holandés en la obra de Frans Hals’, de Frans-Willem Korsten y los textos del Maurithuis Museum, La Haya.
Frans Hals. National Gallery. Londres. www.nationalgallery.org.uk. Del 30 de septiembre al 21 de enero